Gran Sabana no postal

Mi madre siempre dice que vivo "en el fin del mundo". Yo vivo en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, en un sitio tan distante
y tan distinto que hasta se me ocurrió quedarme a vivir. Los invito a conocer esa Sabana que experimento en mi cotianidad: la Gran Sabana no postal.

jueves, 19 de junio de 2014

Afición sin límites




En la frontera venezolana de cara al Brasil, se sigue cada juego de la selección anfitriona del Mundial 2014 como si se tratara de la vino tinto y lo propio, por supuesto, ocurre al otro lado de los hitos, en la localidad de Villa Pacaraima, la primera población brasilera en el distante extremo norte del vecino país. Una fiesta compartida y salpicada de los dramas cotidianos de estos confines


 Corren días de fútbol y en Santa Elena de Uairén, en el sureste extremo de Venezuela,  pareciera que sólo existe una opción: apoyar al vecino, sin condiciones, sin rencores, sin pequeñeces, sin pasado.  A un lado quedaron las diatribas de quienes convivimos sin remedio.

Santa Elena es una ciudad de aproximadamente 20 mil habitantes, la capital mestiza del municipio Gran Sabana, el territorio ancestral del pueblo pemón, a sólo 15 kilómetros de Villa Pacaraima (BV8, La Línea), la primera localidad brasilera hacia su extremo norte.

El miércoles, 24 horas antes de que se inaugurara el Mundial Brasil 2014, los estudiantes de las escuelas de Villa Pacaraima se despidieron de las aulas.

Al alba, cuatro autobuses salen diariamente desde BV8 para buscar a cientos de niños y adolescentes en Santa Elena. Puede que la mitad de ellos sean venezolanos de padres venezolanos. Otros son venezolanos o extranjeros, hijos de extranjeros. Los demás son brasileros o al menos hijos de brasileros. Al medio día, los transportes regresan con los del turno matutino y se van con los del vespertino. Con el crepúsculo, traen de regreso a los estudiantes de la tarde y se despiden hasta el amanecer.

El nacimiento y educación de muchos de los niños venezolanos de esta frontera corren por cuenta del Brasil. Con frecuencia, las mujeres venezolanas dan a luz en Pacaraima o Boa Vista y luego, es común, que sus niños se eduquen en BV8.

El miércoles previo al jueves inaugural, al menos tres autobuses partieron con los chicos de primaria. El objetivo: iniciar el Proyecto Copa. Extraordinariamente, las unidades transitaron una detrás de la otra, identificadas con pequeñas banderas, como si encima llevaran a las estrellas del balompié listas para saltar a la cancha. Iban cargadas de pasajeros eufóricos, sonrientes, alborotados, ataviados en verde y amarillo, con gorros de Fuleco. Los convidaron a ir con la franela de su equipo. Podían elegir y sólo dos de cada ocho optaron por Japón, España, Argentina, Portugal, Colombia. Los otros ocho se vistieron con los colores de la canarinha y buena parte de ellos con las señas de Neymar en sus espaldas.

Durante el intermedio, los estudiantes deben desarrollar el objetivo del Projeto Copa: indagar en la historia y pormenores del torneo,  y ver el juego, por supuesto, cruzar los dedos, aupar a los de casa. Regresarán el 23 para defender su propósito, evaluarlo y salir formalmente al receso escolar previsto para julio. Y claro, así seguir viendo el fútbol, apoyando a la selección.

El jueves de inauguración, muchos de los habitantes de Santa Elena salieron temprano, a comprar la franela, a decorar el frente de los negocios con globos o pasacalles verdes y amarillos. Los maniquís ya llevaban el uniforme desde comienzos del mes. Hasta el perrito de la familia de la tienda de gorras, lentes y ropa para todos, iba desde temprano con la camiseta.

En BV8, los preparativos se hicieron a tiempo. A media distancia, la calle Suapí, columna vertebral del área comercial de Pacaraima, parece un tapiz, un collage de colgantes y banderas y banderines. Incluso las aceras fueron pintadas con los colores del país, el escudo de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF), el decreto Rumo Hexa es decir rumbo al sexto título.

A un lado y otro de los hitos, independientemente de la nacionalidad del conductor y del vehículo, los capós, los retrovisores, los parabrisas traseros llevan la bandera del orbe azul estrellado o como poco un pequeño estandarte sujeto en alguna ventana.

Desde que se aproximó el Mundial, al menos una escuadra de motos de alta cilindrada llega cada día. La mayoría viene desde San Cristóbal, Táchira, desde el extremo occidental venezolano de cara a Colombia. Hombres de negro, ataviados con lentes oscuros, chaquetas y botas de cuero rumbo a Manaus, la sede amazónica del torneo.

Llegado el momento, al mediodía del jueves, Santa Elena se fue de siesta después de almuerzo. Si bien algunos pocos decidieron ir a las estaciones de suministro de combustible a llenar sus tanques, asumiendo una jornada sin las colas habituales de tres y cuatro horas. Asuntos fronterizos: los brasileros pagan al menos un real por litro.

Ya en tarde, en las calles Ikabarú y en la Avenida Mariscal Sucre, usualmente atestadas de vehículos brasileros (de placas grises), apenas circulaban dos o tres carros con señas extranjeras. Los supermercados chinos estaban desiertos. Pero el real se mantuvo arriba.

En el sureste profundo de Venezuela, la mayoría prefiere ver el fútbol a través de la señal de la brasilera Globo. A los 11 minutos, el gol contra de Marcelo sepultó a la audiencia en el sopor de una tarde lluviosa. Pero, luego, sobre el minuto 29, el primero de Neymar sacudió la modorra.

Al minuto 71, Neymar repitió la dosis de adrenalina y entonces comenzaron a sonar cohetes y cornetas. Comenzaron a calentar las caravanas. La siesta se terminó definitivamente.

Los de la tienda de franelas, gorras y ropa para toda la familia colocaron una pantalla plana y gigante justo al frente de la sede principal del negocio e igualmente asistieron al encuentro a través de TV Globo. Son peruanos o ecuatorianos, pero todos llevaban la franela de Brasil. Las niñas iban de leguis en estampado bandera y con banderines en sus mejillas.

Quienes se detuvieron a ver el juego también llevaban la franela del vecino y un chico iba envuelto en la bandera. En el momento de la celebración, justo a la altura de su espalda, se agitaba el lema Orden e Progresso. Celebrado el gol, todos regresaron al silencio, prendieron sus ojos sobre el televisor y afinaron sus oídos para entender lo que ocurría.

Entonces, se vino el 90 + 1, el minuto en que se produjo la sentencia de Oscar, el chico de la bandera gritó “pega mulher”, sonó el pitazo final y, desde el interior de su estandarte, el abanderado sacó una lata de cerveza Polar ¡Psh! La destapó y brindó por la victoria.

Esa noche, la fiesta fue en alrededores del Espacio de Encuentro para la Cultura y las Artes, el antiguo Parque Ferial de la Gran Sabana, a pesar de la lluvia y de los malos desagües.

En diagonal, en el cruce de las calles Urdaneta con Lucas Fernández Peña, una Toyota Pick Up arrolló a Chicho, uno de los indigentes del pueblo. Hasta 2000, acá no existían personas viviendo en las calles, ya en el milenio que corre hay al menos dos docenas.

Su cuerpo hinchado y percudido quedó tendido en el suelo, en posición fetal. Un paramédico del 171 tomó su pulso, lo examinó y ordenó trasladarlo al Centro de Diagnóstico Integral (CDI). Aparentemente, sólo sufrió traumas leves y estaba en avanzado estado de embriaguez, pero el médico que lo atendió observó que mientras una de sus pupilas permanecía contraída la otra se encontraba dilata, signo evidente de un trauma cráneo encefálico.

Probablemente, el médico intentó dejar al arrollado hospitalizado. Tal vez, Chicho escapó. Tres días después, pecó de impertinente, cayó y su cabeza golpeó, por última vez, contra una acera.

El martes de juego, comenzó como aquel jueves inaugural: sin brasileros en las calles de la localidad venezolana, con niños, niñas, mujeres, hombres y perritos venezolanos luciendo la camiseta de la selección del país anfitrión, con motos y carros abanderados y la promesa de una siesta que se prolongaría al menos hasta que la canarinha transformara la espera en un gol. Hasta el chiguagua toy del hotel barato llevaba la mínima blusita desde el amanecer.

La idea, al parecer, era ir celebrando por goles hasta alcanzar el triunfo definitivo. En los lanchonetes de Villa Pacaraima se servía Antártica, Brahma, Skol y Zulia. Si el asunto era ubicar un puesto para asistir al juego, lo mismo daba pagar o no, pues los dependientes y su clientela disponían de asientos para todos y prometían una ronda gratis para el minuto 90.

Mas la siesta no terminó. Con el pitazo final, y ante el empate, uno de los clientes del Mutantes Art-Magia, otro de los barcitos sobre la Suapí, emitió su sentencia: “Macumba, fizeram macumba” es decir hicieron magia negra y el veredicto encontró eco. Nadie le iba a México.

Privó el silencio , y, como siempre, no todo está perdido: a pesar de la derrota, sobre la acera en la que se lee Rumo Hexa,, frente a la panadería, un par de niños, ambos quieren ser como Neymar,  reanudaron su entrenamiento con un balón de goma flojo y envuelto en plástico.



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