Es mayo de
2014 y Las crónicas de la frontera ya
tiene cinco anos. Casi la edad de mi hija a quien di la bienvenida con yo-di-luz-en-pacaraima.html
Por cierto, al menos dos mujeres, embarazadas, venezolanas, me han escrito pidiéndome
detalles.
En estos cinco,
muchas cosas han cambiado: el diseño de este sitio; la cantidad de lectores,
aunque sólo 129 se han registrado, son muchos los que pasan por aquí; el número
de entradas: con esta sumamos 82 y el número de vistas: pasamos de las 52 000.
Ahora bien,
ningún dato numérico se disparó -en cinco anos- tanto como el precio del real
brasilero. Para 2009, las lechugas, orgánicas y recién cosechadas, en Villa
Pacaraina, Brasil, a 15 kilómetros de casa, costaban cinco reales es decir 10
bolívares. Ahora, la misma lechuga, igualmente fresca y sin residuos químicos,
cuesta 150 bolívares. Ya no más.
Poco después, en
abril de 2011, colgué trocadores-casas-de-cambio-que-caminan.html la
que ha sido, a lo largo de los dos últimos años, la entrada más leída de Las crónicas, la más comentada, la que
más trabajo me sigue dando: Qué en cuanto esta el real. Que voy de paso. Que
voy al Mundial. Que me voy a estudiar. Que si necesito dólares. Que si voy a
remodelar mi casa y me urge el dinero en reales para cambiarlos a dólares. Qué
si los trocadores son confiables Que hasta cuánto me pueden cambiar. Gracias
por leer y comentar. He tratado de responder en la medida de mis posibilidades,
con responsabilidad y honestidad.
Hasta ese
momento, cualquier operación de cambio de moneda se hacía en las Cuatro
Esquinas, en el corazón del Casco Central, entre un puñado de hombres curtidos
en el negocio. Entonces, para 2011, recién salían al ruedo una docena y media
de cambistas más.
Todos apenas
comenzaban a disputarse a los brasileros ofreciéndoles 4,8 bolívares por real;
hoy, en mayo de 2014, en una mañana de mayo soleada después de mucha lluvia,
ofrecen 29 a 30 bolívares. Y ya no son 18. Son
un ejército de 180 hombres (auto organizados) a los que se les ha sumado
un contingente -casi igual- de emergentes.
Los novatos
ejercen principalmente en el cruce fronterizo, siempre del lado venezolana, lejos
del alcance de la Policía Federal Brasilera y en los alrededores de los supermercados chinos.
Antes, el
oficio era exclusivo de los hombres. Ahora lo ejercen también las mujeres.
Todos se presentan como padres y madres
de familia, prestadores de un servicio fundamental.
Desde 2013, los
trocadores apostados en las Cuatro Esquinas visten de franela roja; los del
acceso a la localidad (Hotel José Gregorio) de franela verde y los de La Planta
de amarilla.
Los que
fueron censados en 2013, llevan en el pecho un código que remite a su nombre y
número de cédula. Se organizaron para evitar el ingreso de foráneos, de
extraños, de aquellos que llegan a esta frontera tan sólo atraídos por el olor
de las pacas de billetes que los trocadores agitan en las calles. Sin embargo, los
forasteros ya casi los superan.
Hace dos días,
un novel trocador (local vale decir) se quejaba del giro que ha tomado el oficio:
“Demasiado gente y, por la escasez, los brasileros están dejando de venir. Los
que vienen apenas cambian 150, 200, 300 reales porque ellos dicen que cambian y
después no encuentran qué hacer con tantos bolívares. Antes cambiaban 1000,
1500 reales”. No hay café, ni leche, ni arroz, ni harinas, ni margarina, ni
aceite comestible, ni pasta, ni desinfectantes, ni suavizante, ni papel
sanitario. Ni. Ni. Pero aquí seguimos desde Las
crónicas, contándoles acerca de la cotidianidad en la Gran Sabana no
postal.